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domingo, 31 de marzo de 2013

EMOCIONES






Se denomina emociones a todas aquellas sensaciones y sentimientos que posee el ser humano al relacionarse con sus semejantes y con el medio en general. No obstante, esta somera descripción, es menester señalar que la interpretación y elucidación del fenómeno que constituyen las emociones humanas siempre ha resultado un gran problema, en la medida en que las evaluaciones realizadas pecaron de vaguedad.
Sorpresivamente, fue el terreno de la literatura donde mejor fueron matizadas las diversas emociones que atraviesan la experiencia humana. Desde las tragedias y comedias griegas, pasando por la obra dramática de Shakespeare hasta la narrativa de Dostoievsky, esta área del arte mostró con gran refinamiento y perspicacia muchos aspectos de la naturaleza humana. No obstante, no fue sino hasta adentrados en el siglo XX que pudieron elaborarse teorías satisfactorias a este respecto.
Para comenzar a analizar el campo de las emociones debemos partir de apreciaciones sencillas pero fácilmente aceptables por todo el mundo: existen emociones agradables y otras desagradables. Partiendo de esta idea, podemos agrupar a todo el espectro de sensaciones en estas dos categorías. Por otro lado, las emociones pueden ser de distinta intensidad: se puede estar más o menos enojado, más o menos alegre, etc.
Hechas estas valoraciones iniciales, cabe ahora explicar el motivo de estos sentimientos. Si observamos que los motivan, veremos que se asocian a la posibilidad de una situación favorable o desfavorable para nuestra existencia; así por ejemplo, la posibilidad de la pobreza de recursos, o la misma, muerte nos evoca experiencias dolorosas; por el contrario, un éxito personal, el buen trato de las amistades nos evoca emociones positivas y agradables. Así, es legitimo teorizar que las emociones son una respuesta natural de nuestra naturaleza animal para evaluar si una determinada situación o circunstancia favorece o no nuestra supervivencia. Es por ello que las emociones no se pueden provocar directamente, a lo sumo se pueden intentar ocultar.



Las emociones resultan de la actividad del sistema nervioso, al igual que los movimientos voluntarios. Las emociones proporcionan el “color” al comportamiento, y son necesarias para la supervivencia del individuo, por ejemplo la rabia o la agresividad permite al sujeto enfrentarse con un enemigo, o si el sistema nervioso juzga que el enemigo es demasiado peligroso sustituye la rabia por miedo para que se pueda escapar de él. 
La emoción tiene dos componentes: uno es la sensación subjetiva que sentimos en nuestro interior. El otro componente es la manifestación externa de la emoción. A veces es posible separar los dos componentes, por ejemplo, un actor puede simular todas las manifestaciones de una emoción sin realmente sentirla. Eso indica que estos dos aspectos de la emoción pueden residir en regiones separadas del sistema nervioso.

Las emociones de miedo o rabia se originan en la amígdala cerebral
            Primeramente, el sistema nervioso debe determinar cuál es la emoción adecuada en cada caso. Esto lo realiza, al menos en parte, una estructura llamada amígdala cerebral. La corteza cerebral envía una copia de la información sensorial que recibe a la amígdala, y esta decide si el estímulo es amenazador, y si se debe responder a él con agresividad o miedo. Los animales que tienen lesionada la amígdala cerebral se vuelven mansos porque pierden toda la agresividad, y tampoco son capaces de mostrar miedo ante estímulos que normalmente les asustarían. Parece que en la amígdala se originan las emociones del miedo y la furia, pero no las emociones agradables, como la alegría o la felicidad. En dónde se originan estas no se conoce.






Una vez que la amígdala ha decidido que el estímulo requiere una respuesta de miedo o rabia, envía señales a otros lugares del cerebro para poner en marcha los distintos componentes de estas emociones. Por un lado, envía señales a la corteza cerebral para desencadenar la emoción subjetiva interna, y por otro lado desencadena la expresión externa de la misma. Supongamos que vamos por una calle de noche y vemos una sombra detrás de una esquina. Inmediatamente se acelera el corazón, la respiración se convierte en un jadeo, y un sudor frío nos cubre la piel. El vello se eriza y se nos pone la “carne de gallina” y sentimos un nudo en el estómago. Si lo consideramos detenidamente, muchos de estos cambios resultan lógicos para enfrentarse a una amenaza: el aumento de la frecuencia cardiaca y respiratoria permite aportar más oxígeno a los músculos, en el caso de que haya que hacer un esfuerzo, como salir corriendo. El sudor permite eliminar el exceso de calor que se producirá con ese esfuerzo. La piloerección o erizamiento del pelo no tiene mucha utilidad en humanos, pero en animales con pelaje tupido les hace parecer más grandes, lo que puede atemorizar a un posible enemigo.

En el interior del cerebro, lo que ha sucedido es que la corteza visual ha enviado la imagen de la sombra a la amígdala, esta ha decidido que representa una posible amenaza, y a su vez ha enviado la orden al hipotálamo para que ponga en marcha todo el sistema de emergencia ante un peligro.




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